Qué hacer si tu iglesia no recibe a la comunidad LGBTQ+

Una pareja joven comenzó a asistir a nuestra iglesia, rápidamente se conectaron con otras familias jóvenes y se involucraron activamente en el servicio. Comenzaron a considerar nuestra iglesia como su hogar espiritual y querían dar el siguiente paso hacia la membresía formal. Sin embargo, antes de asistir a nuestra clase de membresía, se encontraron con la postura de nuestra iglesia sobre los temas relacionados con la comunidad LGBTQ+ durante uno de nuestros sermones. Nuestros pastores abordaron el tema con compasión y claridad, pero la pareja se encontró en desacuerdo.

En respuesta a sus inquietudes, tuvimos una reunión con la pareja para hablar sobre el asunto. Nuestro objetivo era brindar una explicación bíblica de nuestra posición. Enfatizamos que, si bien damos la bienvenida a personas de todos los orígenes y comunidades, no afirmamos que las relaciones entre personas del mismo sexo sean una expresión válida del matrimonio.

Creemos que el matrimonio, tal como lo ordenó Dios, es una unión entre un hombre y una mujer. Invitamos a las personas con atracciones hacia personas del mismo sexo a seguir a Jesús, negarse a sí mismas y someterse a sus enseñanzas. Reconocemos que Dios valora a cada persona y que la fe de uno en Jesús es más importante que su sexualidad.

A pesar de nuestros esfuerzos por explicar nuestra posición, la pareja expresó su creencia de que nuestra iglesia no era lo suficientemente acogedora como para invitar a sus amigos de la comunidad LGBTQ+. Pensaron que podían encontrar otra congregación con una postura más abierta sobre este tema. En consecuencia, decidieron abandonar nuestra iglesia.

A veces, las iglesias enfrentan el desafío de equilibrar las convicciones doctrinales con el deseo de ser acogedoras.

Desafíos pastorales

Uno de los desafíos pastorales en nuestra cultura es que la sociedad occidental continúa afirmando que las personas tienen derecho a decidir su identidad. Esto se ha convertido en un tema polarizador, cargado de profundas emociones por parte de personas que sostienen valores conservadores o progresistas.

Por ejemplo, parece que cuando la identidad propia de alguien se ve amenazada hay reacciones viscerales. Este es el caso particular de las personas que participan en relaciones del mismo sexo que se identifican como miembros de la comunidad LGBTQ+. Las relaciones entre personas del mismo sexo se han convertido en algo habitual y celebrado por los medios de comunicación, que promueven la idea de que la expresión sexual de una persona es vital para la realización personal. Cada día hay más películas y programas de televisión que incluyen o se basan en relaciones entre personas del mismo sexo. Hoy en día, es difícil encontrar una historia sin un personaje con una orientación homosexual. El intento de normalizar este comportamiento se ha vuelto obvio y la conversación sobre género e identidad ya no se relega al ámbito académico, sino que se lleva a cabo en las mesas de cualquier hogar, en las aulas y cafeterías de las escuelas, en los campamentos y reuniones de jóvenes cristianos. Sin embargo, hablar en contra de la práctica del comportamiento homosexual ahora se considera un discurso de odio, porque parece que para amar a alguien debemos tolerar cualquier cosa. Por lo tanto, llamar pecado a la homosexualidad u ofrecer una narrativa diferente es un signo de intolerancia y, como tal, de falta de amor.

Por lo tanto, el desafío pastoral que encontramos en nuestro mundo occidental es multifacético y complejo. Y, sin embargo, el problema de raíz, la cuestión central es la cuestión de la autoridad. Parece poco amoroso decirle a alguien que lo que hace está mal, porque para muchas personas en nuestra cultura la homosexualidad no es sólo algo que una persona hace, es quién es esa persona. Parece que cuando alguien está en autoridad y le dice a esta persona que lo que hace está mal, eso provoca una reacción fuerte porque nadie debería tener la autoridad para decirnos que algo está mal con nosotros. Así que el desafío es quién tiene autoridad sobre quién.

El tema de las relaciones entre personas del mismo sexo se puede explorar desde diferentes perspectivas. Kevin DeYoung menciona algunas de ellas en su libro ¿Qué enseña realmente la Biblia sobre la homosexualidad? En lugar de entablar una conversación en términos de biología, política o filosofía, DeYoung ofrece un enfoque estrecho y busca responder a la pregunta de si [la homosexualidad] es un pecado —algo que siempre está fuera de la voluntad de Dios— cuando personas del mismo sexo experimentan intimidad sexual juntas, o si la homosexualidad puede ser una practica agradable a Dios en las circunstancias adecuadas. Esta pregunta encapsula la tensión que experimentamos cuando queremos abordar este tema desde una perspectiva bíblica.

Debemos determinar lo que dijeron los autores bíblicos sobre la homosexualidad y dar una respuesta amorosa y compasiva a esta pregunta en una cultura que ha perdido la fe en las instituciones tradicionales y ha sucumbido a las mentiras del relativismo.

En términos prácticos, existen desafíos pastorales cuando se pastorea a personas que luchan por comprender sus emociones, atracciones y deseos. Las conversaciones nunca son fáciles porque las personas son complejas. Las políticas y las posturas institucionales son útiles, pero responder a preguntas difíciles requiere una actitud reflexiva, paciencia y capital relacional. A veces, somos ineficaces cuando ignoramos esas cosas. Y otras veces, hacemos un mal trabajo al descuidar la tarea de ofrecer una respuesta clara a nuestros miembros que intentan comprender este tema.

Respuesta Bíblica

La primera parada de nuestro viaje en la narrativa bíblica se encuentra en el principio, cuando Dios creó el mundo. Dios hizo al primer hombre y luego a una pareja adecuada para él. La narración bíblica afirma la visión tradicional de dos sexos que se unen para convertirse en uno. El hombre y la mujer fueron hechos a imagen de Dios (Génesis 1:26-27). Esto significa que no nos autodefinimos, sino que fuimos creados para ser sus representantes en la tierra. Estamos definidos en términos relacionales.

Génesis 1 y 2 también cuentan la historia de la idea de Dios para el matrimonio y la familia. En Génesis 2:20-24 NBLA podemos leer:

El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a todo animal del campo, pero para Adán no se encontró una ayuda que fuera adecuada para él. Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y este se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo:

«Esta es ahora hueso de mis huesos,

Y carne de mi carne.

Ella será llamada mujer,

Porque del hombre fue tomada».

Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. 

Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. 

Estos versículos enfatizan el diseño de Dios para el matrimonio, la reunión de un hombre y una mujer. Cuando Dios creó una ayuda idónea para Adán, formó a otro ser humano como él, pero diferente. Eva era su igual y al mismo tiempo su opuesto. La diferencia entre los sexos es lo que hace posible la unidad descrita en el versículo 24. Un hombre y una mujer se complementan, y juntos procrean otros seres humanos. Una relación del mismo sexo no está diseñada para producir descendencia y, por lo tanto, pierden el mandato de Dios de “fructificar y multiplicarse” (Génesis 1:8).

Jesús citó Génesis 2:24 cuando los fariseos se le acercaron y lo pusieron a prueba preguntándole: “¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?” (Mateo 19:1). Una comprensión correcta del matrimonio está anclada en el diseño original de Dios, una unión de por vida de un hombre y una mujer. El matrimonio también refleja la naturaleza complementaria de la creación misma. Vemos el sol y la luna, la mañana y la tarde, el día y la noche… y así sucesivamente. El matrimonio es una imagen vívida de la unión de Cristo y su iglesia. No hay lugar para la intercambiabilidad. Jesús es el novio y la cabeza de la relación. El apóstol Pablo escribió sobre esto en Efesios 5:31-32 NBLA:

Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.

Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia. 


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El matrimonio es un misterio que no deja lugar a las relaciones entre personas del mismo sexo. No hay intercambiabilidad, sino una relación jerárquica que implica sumisión a la persona en autoridad. El apóstol Pablo escribió en Efesios 1:22-23 NBLA:

Y todo lo sometió bajo Sus pies, y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo.

El pasaje anterior nos ofrece otra metáfora para entender la relación entre Jesús y la Iglesia. Jesús tiene toda la autoridad para dirigir su Iglesia porque “la adquirió por su propia sangre” (Hechos 20:28 NVI).

Otros pasajes a considerar son Génesis 19 y Ezequiel 16. Estos capítulos describen la práctica homosexual de Sodoma y Gomorra. Dios ve las prácticas homosexuales como una abominación (Ezequiel 16:50 y Levítico 18:22, 20:13) porque la conducta homosexual es un pecado sexual. El apóstol Pablo explica que la homosexualidad es otra expresión de idolatría (Romanos 1:18-32). Luego, condena enérgicamente las relaciones homosexuales en 1 Corintios 6 y 1 Timoteo 1. La idea revisionista de que cuando las personas se involucran en relaciones homosexuales comprometidas y consensuales no son pecadoras es totalmente errónea. Finalmente, Judas 1:7 describe a Sodoma como un lugar donde los hombres buscaban relaciones homosexuales.

Entonces, ¿qué hacemos?

Dado que la respuesta bíblica a la práctica de la homosexualidad es clara, sería un error hacer concesiones sobre la gravedad de este tema. Sin embargo, esto no significa que no podamos hablar de ello, hacer preguntas o escuchar a las personas con compasión, atención y paciencia. Sin embargo, nuestras acciones deben estar arraigadas en la fidelidad a la palabra de Dios. La fidelidad no es solo una cuestión de creencia, sino que se demuestra a través de nuestras acciones.

Para ayudar a un miembro de la iglesia a entender nuestra posición sobre este tema necesitamos dar varios pasos. Primero, escuchar atentamente en el contexto de un entorno de discipulado relacional es crucial. Esto establece una base de confianza y respeto. Luego, debemos mostrar a las personas las Escrituras que nos ayudan a entender el diseño de Dios para el deseo sexual y las relaciones. Proporcionar una base bíblica para nuestras creencias ayuda a fundamentar la conversación en la verdad bíblica.

Hacer preguntas es el siguiente paso. Preguntas como: «¿Cómo pueden las relaciones entre personas del mismo sexo expresar mejor esos valores?» o «¿Qué significa para ti ser gay?» Eso anima a las personas a reflexionar profundamente sobre sus experiencias y creencias. Busquemos ayudarlas a pensar en lo que dice la Palabra de Dios y cómo deben responder a ella. Eso fomenta un ambiente de crecimiento espiritual.

Después, necesitamos guiar a las personas a Dios. Eso esencial porque el verdadero problema no es solo la homosexualidad o la lujuria, sino el Señorío. Amar a Dios es la razón principal de la obediencia. Por lo tanto, nuestro enfoque debe ser guiar a las personas hacia una relación más profunda con Dios. Caminar junto a ellas sin asustarnos por el comportamiento ni obsesionarnos con los síntomas. Este apoyo debe ser continuo, enfatizando el proceso de discipulado y evitando cerrarles el paso.

Por último, debemos recordar que el objetivo no es arreglar a las personas, sino llevarlas a adorar y amar a Jesús. Nuestro enfoque es priorizar el crecimiento espiritual y la fidelidad a la verdad de las Escrituras.


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Original photo from Thiago Barletta via Unsplash.com


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