Me gustaría confesarte algo: Crecí rodeado de playas y ríos en la República Dominicana, y sin embargo, no aprendí a nadar hasta que conocí a mi esposa. Difícil de creer, lo sé. Pero cuando era niño, tuve una experiencia terrible en un río. Estaba jugando con mis primos dentro del agua y de repente, no sentí el fondo bajo mis pies. Pensé que ese era mi final. Desde ese día, el agua profunda significaba peligro. Me mantenía cerca de la orilla.
Con el tiempo entendí que muchos hacemos lo mismo en nuestra vida espiritual. Quizá una mala experiencia en la iglesia te hizo desconfiar. Tal vez una decepción te hizo retroceder. O quizás simplemente te acostumbraste a aguas poco profundas… a una fe segura, cómoda, y sin sacrificios.
Pero, ¿y si hay más?
¿Y si Dios te está invitando a ir más profundo… no para hundirte, sino para hacerte crecer? ¿Para conocerlo de una manera nueva? ¿Para que Su vida no solo fluya en ti, sino también a través de ti?
El Río que Nos Invita a Avanzar
En Ezequiel 47, el profeta ve agua fluyendo del templo. Esta es una señal de la presencia de Dios. Al principio es solo un chorrito. Algo pequeño. Casi insignificante. Pero paso a paso, el agua crece. Hasta los tobillos. Hasta las rodillas. Hasta la cintura. Hasta que finalmente se convierte en un río tan profundo que ya no se puede tocar el fondo.
¿No es así como funciona el discipulado?
No empezamos nadando en lo profundo. Comenzamos con pasos pequeños. En oración, leyendo la Escritura, en arrepentimiento y adoración. Obediencia paso a paso. Fidelidad diaria. Como un hilo de agua que parece poco, pero que con el tiempo se vuelve poderoso porque fluye desde el trono Dios.
Este año nuevo te invito a desarrollar hábitos espirituales sanos, porque los hábitos pequeños forman raíces profundas.
Y entonces ocurre algo hermoso: el río no se queda en el templo. Avanza hacia el oriente, hacia lugares áridos, hasta llegar al Mar Muerto, donde nada vive. Pero cuando el río lo toca, las aguas se vuelven frescas. Regresa la vida. Crecen árboles. Hay fruto abundante. Hojas que traen sanidad. Donde el río fluye, todo vive.
Ese es el milagro del discipulado.
Dios no solo obra en nosotros, sino a través de nosotros. Nos volvemos como esos árboles junto al río: estables, alimentados, y fructíferos. No para consumo propio, sino para bendecir. Una vida plantada con raíces profundas en Dios se convierte en alimento para el hambriento. Sombra para el cansado. Sanidad para el quebrantado.
¿Cómo vamos más profundo?
No por esfuerzo o perfección, sino mostrándonos ante Dios cada día. Dejar que Su agua viva moldee nuestra alma con el tiempo.
Si estás comenzando en tu caminar con Dios, da un paso a la vez. Lee la Biblia 10 minutos al día. Ora con honestidad. Busca comunidad. Haz preguntas. Mójate los pies.
Y si llevas años caminando con Dios, atrévete a salir de la comodidad. Practica tiempo a solas y en silencio. Ayuna. Perdona. Discipula a alguien. Toma un riesgo de fe que te incomode un poco.
El crecimiento espiritual no se logra solo con más información sino con una relación más profunda con Dios.
¿Puedes verlo?
Quizá te sientes seco. Tal vez estancado. Tal vez las aguas de este río solo te llegan hasta los tobillos y tienes miedo a avanzar. Pero si miras con atención, notarás algo: el agua se mueve. El río está creciendo. Dios te está llamando a ir más profundo.
“¿Has visto esto, hijo de hombre?”, preguntó el ángel a Ezequiel. ¿Lo has visto tú?
Donde fluye el río de Dios, la vida crece — en nosotros y a través de nosotros.
No te conformes con la orilla. No vivas con fe superficial. Da un paso más. Confía en la corriente. Deja que el agua viva te lleve.
Tal vez aún no sabes nadar, pero con Dios, puedes aprender.
Solo ve más profundo.

Deja un comentario