Hace dias recibí la invitación a caminar y ayer me lo confirmaron. No tengo la certeza de hacia donde, ni cuando voy a llegar. Talvez será un viaje placentero o en el mejor de los casos, algo incomodo, pero como sea tengo que aceptar el reto. No me queda otra opción. No me pidieron opinión. Simplemente me dijeron: «camina».
Lo curioso es que, a pesar de mis dudas, no tengo un miedo aterrador sino, un ligero cosquilleo. Eso que sientes cuando estas en la azotea de algún edificio alto y te acercas al borde. Esa adrenalina que se confunde con el temor y te hace imaginar cosas, plantear alternativas, idealizar un plan o quizás cuestionarte a ti mismo si estas haciendo lo correcto; pero no hay mucho que pensar, no hay tiempo para sentarse a analizar la situación ni tampoco un curso de acción confiable… Solo me queda una opción: obedecer y empezar a caminar.
Se que en el camino surgirán todo tipo de situaciones, tendré que tomar decisiones rápidas y arriesgarme a ganar o perder. La duda cercara mis pasos y tratará de ahogar mi alegría, el pasado querrá alcanzarme pero no habrá tiempo para recordar lo que pasó. Se que pasaran muchas cosas que ni siquiera me imagino podrían pasar, pero algo es seguro: no estaré solo porque Dios irá conmigo. Aunque no lo veo, puedo imitar a Abraham y caminar como viendo al invisible.