Cuando aceptas el hecho de que Dios siempre está hablando a través de su palabra escrita o la creación; cuando prestas atención a los detalles escondidos en el silencio; cuando escuchas la melodía de Su Espíritu en cada respiración que das; cuando te dispones a encontrarlo en medio del ruido o el estrés diario, del dolor o la decepción, del odio o la traición, el miedo o la desesperación; cuando puedes detenerte y decides bailar a su compás, siguiendo su ritmo; cuando eso sucede, entonces y solo entonces puedes decir que tienes intimidad con él y has comenzado a amarlo con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma, con todo tu ser y todas tus fuerzas. Simple y sencillamente porque entendiste que Dios no está en las cuatro paredes de tu iglesia o de tu habitación sino que trasciende el tiempo, el espacio y los patrones religiosos que nos enseñaron.
Dios está presente. ¿Y tú?
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